domingo, 5 de marzo de 2017

LA CONQUISTA DEL EVEREST-(I)

             Relatada por el «sherpa» Tensing «El Tigre»

Al séptimo intento.
Cuando, por fin, hollé la cima del Chomo Lung Ma (monte Everest), deposité allí bizcochos y dulces en señal de gratitud a los dioses, que me habían concedido el éxito después de seis fracasos. Ningún hombre ha tratado de descubrir al Everest con más frecuencia que yo. Sé que mi pueblo no siente el mismo deseo de escalar las montañas que los de Occidente, pero lo que a mí y al monte Everest se refiere era una cuestión distinta. Desde pequeño, algo me decía que yo debía subir a esa cima, tan alta (8.884 metros), que solamente los espíritus pueden estar en ella y tener allí su morada, y quizá también el «yeti», al que los occidentales llaman «el abominable hombre de las nieves».

Esta vez no he visto sus huellas en la cumbre, que tantas veces pude observar a menor altura en otras ocasiones. Las busqué, porque debe vivir en algún lugar y nadie ha encontrado su cueva, pero sus enormes huellas sobre ¡a nieve se han visto por dande ha pasado. Es posible que la montaña sea demasiado alta hasta para él. Ahora que todo ha pasado, ahora que he conseguido la ambición de mi vida, no puedo menos de pensar en las veces que he luchado con la montaña hasta ser derrotado por el cansancio, el frío o la nieve traída por el monzón.

Digo "yo" en este relato aunque siempre he participado en expediciones británicas o suizas. Pero digo solamente «yo» porque para mí el subir a la montaña era una cosa personal. Nunca olvidaré a mis compañeros Raymond Lambert, el gran alpinista suizo, y Edmund Hillary, con el que hollé la cima, ¡ así como todos los demás. Son como mis  propios hermanos para mí. No puedo estar contento de que se haya hablado tanto sobre quién fue el primero en llegar a la cima del Everest. ¿Qué importa quién fue el primero de los dos? Yo no pienso en eso, .ya que mi única ambición era escalar la montaña, y eso és lo que hice. Pero, en vista del gran interés que ha despertado esta cuestión, más adelante referiré los últimos pasos que dimos para llegar a la cima. Esta cuestión no cambia necesariamente el hecho de que nosotros hayamos conquistado la montaña  juntos. Primeramente debo relatar cómo pasé a formar parte de esta expedición.
Como ustedes saben, soy un experimentado escalador en el Himalaya. Nací muy cerca del Everest, en el pueblecito de Tame. Tenía veintiún años, y me encontraba en Daryilíng, cuando el gran escalador inglés Eric Shipton se encontraba allí para contratar «sherpas». Así llegué a ser porteador en su expedición de 1935. Shipton no iba a escalar la montaña, sino a comprobar si podía escalarse desde el lado norte. Así, pues, la expedición Shipton fue de reconocimiento.

Ascensiones de tanteo
Al año siguiente volví al Everest con otra expedición británica, y en 1938 logré llegar a una altura de cerca  de 8.000 metros. No solamente he escalado el Everest, sino que he sido guia de expediciones que pasaron de los 8.200 metros de altura en otras montañas. Estas escaladas las realicé con expediciones procedentes de Suiza, Francia e Italia. Durante la guerra fui explorador e instructor de esquiadores. Si soy un buen esquiador se debe principalmente a que no soy alto ni tengo grasas. Pero aunque me gustaban estas ascensiones y la forma en que los escaladores suizos y franceses me trataban, para mí no eran, en el fondo, más que la preparación para la conquista del Everest. Por experiencia sabía que necesitaba aprender todo lo que pudiese en otras montañas para tener experiencia y conocimientos, con el fin de vencer a la más alta de todas. En diciembre de 1952 empecé a recibir ofertas británicas para unirme a esta expedición.

Mi respuesta fue «no» a tres     ofrecimientos seguidos, porque entonces no me encontraba en condiciones. Mi debilidad  se debía al agotamiento que se produjo en mi organismo como consecuencia de la segunda expedición suiza, en 1952, y también a que fui atacado por la malaria, durante mi estancia en Katmandu, en los meses de noviembre y diciembre del mismo año. En aquella ocasión estuve diez días en el Hospital de Patna (Binar) y perdí más de diez kilogramos. Cuando recibí la cuarta oferta británica me encontraba en Daryiling, y me interesó. Por entonces también había recibido ofertas de expediciones de nacionalidad suiza, francesa y japonesa; pero la señora Henderson, del Himalayan Club de Daryiling, que facilita los «sherpas» a casi todas las expediciones al Himalaya, me desanimó a aceptar estas últimas ofertas. La señora Henderson me sugirió que me uniese a la expedición británica, y apoyó su idea porque la expedición procedía de su patria. Los ingleses me ofrecieron 300 rupias al mes como salario (unas 3.000 pesetas); pero me causó desilusión el que no me hicieran miembro del Club Alpino, como me habían hecho los suizos en la víspera de su expedición de 1952. En mi opinión, lo de las 300 rupias era lo de menos.                                                 
Había una ocasión de volver a intentar la conquista del Everest y decidí aprovecharla. Físicamente me encontraba todavía débil cuando salí con la expedición inglesa; pero después de la jornada hasta Namche Bazar me encontré mejor. Llevé conmigo veinte «sherpas» de Daryiling, a los que acompañé en tren hasta Raxaul, y luego fui andando con ellos desde Bhimpedi hasta Katmandu. Cuando llegamos a esta ciudad se produjo el primero de una serie de incidentes. No es mi deseo darles demasiada importancia, pero quizá pensásemos demasiado en la forma en que otras expediciones arreglaban sus cosas. Los pueblos diferentes tienen también costumbres y métodos diferentes.

En Katmandu los métodos de organización no eran los que nosotros hubiéramos deseado. Algunos «sherpas» dijeron que «no se les trataba en la forma apropiada». Tanto a ellos como a mí se nos alojó en un garaje, cosa que no me agradó y me hizo decir a los ingleses: «Muy bien, ustedes sigan con sus preparativos, pero yo me marcho a un hotel que conozco en esta ciudad.» Después me ofrecieron una habitación separada, y a los otros «sherpas» les dijeron que era solamente cuestión de un día, ya que al siguiente saldríamos todos para Bhatgaon. Hubo quejas de que los «sherpas» habían ensuciado la carretera que pasa frente al garaje, a lo que yo contesté que con esa clase de alojamientos, «¿qué se podía esperar?»

Consignar unos hechos no es criticar
No menciono estas cosas para criticar a los ingleses, sino para demostrar lo que puede ocurrir en expediciones en que cuestiones sin importancia se convierten en problema. Por ejemplo, no  se nos dio saco de dormir hasta Bhatgaon, y no se nos prometieron zapatos hasta Namche Bazar. Los británicos dijeron que no pensaban utilizar  nada del equipo de la expedición hasta llegar a dicha localidad. Tampoco se nos dieron tiendas para el viaje hasta Namche Bazar. «Nosotros tenemos nuestros propios medios», dijeron los organizadores. 

Los «sherpas» no podían menos de recordar que los suizos nos dieron todo lo que quisimos y necesitamos, desde el comienzo. Yo he recorrido casi todo mi país y he estado con muchos extranjeros. Por eso comprendo estas cosas. Pero los «sherpas» empezaron a quejarse desde Katmandu. Decían: «Si hubiésemos sabido esto no habríamos venido.» Les dije que ya habíamos hecho parte del camino, y que las cosas mejorarían en Namche Bazar.

Cuando llegamos a Thyangboche los ingleses nos facilitaron ropas, tiendas y otros equipos, pero advirtieron que todo lo que se entregaba había de ser devuelto al terminar la expedición. Yo le dije al jefe de la misma, el coronel Hunt, que los «sherpas» siempre se habían quedado con el equipo suyo, desde que participaron en la primera expedición al Everest, y que temía por el éxito de la empresa si insistía en que se devolviese el equipo entregado, y le pedí que discutiera el asunto directamente con los «sherpas». «Si insiste usted en que se le devuelva el equipo personal — le dije—, no debe esperar éxito en este año.» Como había previsto, los «sherpas» se negaron a subir al monte si se les obligaba a devolver su equipo. Se resolvió el asunto diciendo que los ingleses deseaban regalar el equipo personal a los «sherpas», al final de la expedición, como recompensa por su buen trabajo.

Uno que nos abandona
En Thyangboche perdimos un hombre, mi ayudante Pasang Phutar, que nos abandonó porque no le gustaban ni los alimentos ni la ropa. En otras ocasiones también algunos «sherpas» quisieron abandonarnos, pero logré convencerles para que. permaneciesen con nosotros. Les dije: «No estéis descontentos; el Everest se encuentra a nuestro alcance. Vamos a conquistarlo. Luego yo sabré cómo manejar la situación.» Los «sherpas» contestaron: «Ahh oha», que quiere decir «muy bien»; Después de estas manifestaciones no todo marchaba «Ahh oha».

Al realizar las primeras pruebas de ascensión se pidió a los porteadores que llevasen unos 30 kilos de peso cada uno, pero ellos se opusieron. Sugerí entonces que la carga se redujese a 25 kilos, y así se aprobó. Después se produjeron algunos incidentes en. relación con la comida. Los miembros británicos se alimentaban con víveres en conserva; pero para la alimentación de los «sherpas» compraron abastecimientos en las localidades del país. A los porteadores no les agradó el asunto, y se dedicaban a murmurar. La cosa se remedió al llegar al campamento-basé. Allí la alimentación fue mejor e igual para todos, por lo que no hubo mas protestas.
Triunfo de la humanidad

Supongo que estos incidentes son forzosos en esta clase de expediciones, y los cuento solamente para, demostrar algunas de las dificultades con que han de enfrentarse los organizadores de una expedición. No creo que deban ocultarse, ya que solamente servirla como base para contar cosas peores de lo que son en realidad. Lo mismo pienso respecto a la controversia de si soy nepalí o indio. Nací en Nepal y me crié en la India. Amo a los dos países, y esta es la razón por la que llevé sus banderas a la cumbre del Everest. Lo más importante es que gentes de muchas nacionalidades han colaborado y conquistado la montaña. Esto es un triunfo de toda la Humanidad sobre la Naturaleza

-La Vanguardia 05-07-1953

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