lunes, 6 de marzo de 2017

LA CONQUISTA DEL EVEREST-(III)







Una noche a 8.400 metros de altura
Nací en el pueblo de Tami, a dos días de marcha del glaciar del Jumbu. Allí viven mi madre y mis hermanas. La mayor parte de mi existencia la he pasado a grandes alturas, pero ni aun para mí, a pesar de esa circunstancia, me ha sido fácil acostumbrarme a las enormes altitudes del Chomo Lúnga  (Everest). Por esta razón, el coronel Hunt fue muy prudente al dar a la expedición tanto tiempo, en las estribaciones de la montaña, para que todos nos acostumbrásemos a respirar el aire más denso.

Creo que una de las principales causas del fracaso de la expedición suiza del año pasado fue que no previo la necesidad de esta aclimatación lenta. Quizá se deba a que ellos, los suizos, han sido los primeros en intentar la ascensión por el lado sur. Anteriormente, las expediciones venian det Tibet para subir por las laderas septentrionales del Everest, y tenían que viajar un mes o quizá más tiempo por pasos situados a 5.000 metros de altura, aun más altos. De esta forma, cuando llegaban al Che Mo Lumbo (otro nombre aplicado al Everest, que quiere decir «Donde los pájaros no vuelan por encima»; que también se emplea entre los naturales de aquellas regiones) estaban acostumbrados a los climas de gran altura y podían instalarse inmediatamente en el campamento-base.
«Despacio, despacio» Desde luego,, también ha habido otras causas. Tuvieron mal tiempo. Dios bendijo nuestra tentativa, dándonos buen tiempo. Los suizos estaban también entregados a la labor de hacer el mapa de la nueva ruta por primera vez Es la que descubrió Shipton en el lado sur de la montaña, en 1951. Pero los suizos empezaron la ascensión sin haberse aclimatado a las grandes alturas. Por eso. el coronel Hunt dijo: «Despacio, despacio.» Y así, al final, todos nos encontrábamos en magníficas condiciones a grandes altitudes, Y ahora contaré la última ascensión que realizamos, antes de que Hillary y yo hollásemos la cima.
Aquel día — 28 de mayo de 1953 —, Hillary y yo subimos hasta el campa1 • mentó noveno, acompañados por otros des expedicionarios, Gregory y Lowe, y el «sherpa» Angnima. Era ya muy tarde, y como los tres estaban un poco agotados, salieron hacia el campamento octavo sin prestarnos más ayuda El lugar en que se había establecido el campamento noveno fue el mismo escogido por Lambert'y por mí, en 1952. En aquella ocasión, decidí dónde deberíamos acampar, cuando volviésemos la próxima vez. Por ello, a sugerencia mía, el campamento noveno se estableció allí, a unos 8.400 metros de altura.

Nada más llegar, comencé a quitar la nieve de las rocas, con objeto de establecer el campamento. El lugar elegido se encontraba en una ladera, y a Hillary y a mí nos costó dos horas nivelarlo, para poder plantar una tienda. Nos habíamos fatigado tanto, en esta labor, que tuvimos que descansar veinte minutos antes de montar la tienda. Luego, entre los dos, la plantamos. En su interior, Hillary comenzó a probar el equipo de oxígeno, y yo me dediqué a hervir nieve para hacer el agua de limón que preparé en seguida. Ambos estábamos sediento?, y nos bebimos tres vasos cada uno. Yo tenía miedo de que el fuerte viento pudiera llevarse la tienda, con nosotros dentro, e inmediatamente empecé a sujetarla, atándola a las rocas. Carecíamos de tacos para fijar las cuerdas, y entonces las até a los cilindros de oxigeno que enterré en la nieve.
Vigilia antes del asalto Luego, Hillary encendió la estufa y preparó café. Eran aproxirnadamer.te las seis de la tarde. Después de un tiempo, preparamos sopa, pescado, bizcochos y chocolate, que fue nuestra cena. Durante este tiempo, estuvimos licuando nieve en la estufa para hacer agua de limón. Traté de dormir, pero no lo conseguí. Estaba incómodo y desvelado, y tenía todo el cuerpo dolorido. Algunas veces sentía como si alguien me estuviese estrangulando, y respiraba afanosamente. Pero nuestra reserva de oxígeno era limitada, y teníamos que emplearla lo menos posible, aunque, como era interesante para nuestro estado físico, utilizamos algo de oxígeno, durante dos horas.

Entonces pudimos dormir  algo, hasta las dos de la madrugada. Pero luego ya no pudimos dormir Seguía sintiéndome intranquilo. A las 3'30, me levanté y encendí la estufa para licuar más nieve .Preparé jugo de limón y nos tomamos una taza. Después empecé a hacer café, y luego herví más nieve y puse el agua en un termo, para utilizarla en nuestra escalada. Todo esto lo hice sin desprenderme del saco de dormir. Mi experiencia me había enseñado que para dormir no hay que quitarse las botas. Toda la ruta, desde el campamento quinto, había estado durmiendo con las botas puestas. Pero Hillary se las quitó y las dejó fuera de su saco de dormir.

Después de preparar el café y el limón, me levanté y pregunté a mi compañero si debíamos partir, para el asalto final. Hillary respondió: «Vamos.» Pero cuando cogió sus botas las encontró congeladas como una roca. Me preguntó qué podíamos hacer. Le respondí: «Ah hacha (muy bien). Encenderé de nuevo la estufa y calentaré sus botas.» Yo llevaba las que me había dado la expedición suiza, en 1952. En realidad, todo mi equipo personal, excepto el saco de dormir, era el que me habían dado los suizos. Las botas de Hillary eran una masa compacta de hielo, y me costó una hora dejarlas en condiciones de uso.
Tensing abre la marcha
Mientras trabajaba con sus botas, Hillary me dijo: «Tengo miedo de quedarme congelado como Lambert.» Luego cogimos nuestro equipo de oxígeno. Mi compañero añadió: «Mis botas están frías. Vaya delante que yo le seguiré.» Hasta que llegamos casi a la cima sur, fui yo en cabeza. Mas como entonces estaba cansado, pedí a mi compañero que pasara al frente. La ruta desde el campamento noveno hasta la cima es muy pendiente y malísima. Si se daba un paso en falso se podía caer rodando hasta el glaciar de Kangshung. 3.000 metros más abajo. Desde este punto, decidimos turnarnos a intervalos de unos 45 metros, y encargarnos de tallar los escalones en la nieve.

En esta forma, llegamos a la Cima Sur, desde la que se eleva el vértice final del Everest. Los cilindros de oxígeno que habíamos estado usando estaban ya agotados. Los tiramos. Echamos una ojeada hacia arriba y discutimos lo que debíamos hacer. Le pregunté a Hillary: «¿Cómo encuentras la ruta?» Respondió: «No muy bien.» Yo dije: «No está ni demasiado buena, ni demasiado mala. De cualquier forma tenemos que llegar allá arriba.»
Difícil escalada cotinuamos hacia la cumbre. Unas veces, Hillary iba en cabeza; otras, yo. El hombre que va delante es el encargado de tallar los escalones en el hielo, pero el que va detrás tiene a su cargo la difícil misión de mantener la cuerda tirante. Debo decir que la parte más difícil de toda la ascensión es un paso de unos 50 metros, situado entré el campamento noveno y la Cima Sur. Es un paso estrecho y muy traicionero. Dos días antes, en el campamento octavo, se nos puso en guardia contra este trayecto. Lo hicieron Bourdillon y Evans. Especialmente este último calificó a dicho paso de «peligroso». Evans  me habló de ello en mi tienda. Pero, y como ya he dicho, los pueblos diferentes tienen diferentes costumbres.

Con los suizos, yo dormía en la misma tienda de Lambert, desde que salimos de Katmandu. Con los ingleses, yo tenía una; tienda separada; una tienda suiza, la única que había en la expedición británica. Yo he estado siempre solo en mi tienda, excepto en el campamento noveno. Los ingleses solían dormir dos en cada tienda. Ahora bien, en cuanto a la alimentación, no había diferencia alguna. Todos comíamos lo misino, y en todas las conferencias importantes participábamos el coronel Hunt, Hillary, Evans y yo.

Durante una de ellas, celebrada en el campamento octavo, Boudillon y Evans dijeron: «Si tenéis suerte y buen tiempo, puede costares cuatro o cinco horas llegar a la Cima Sur.» Evans declaró que la ruta era tan difícil que, aun en el caso de que tuviésemos la suerte de llegar a la citada Cima, él rogaría a Dios para que la descendiésemos a salvo. Me han dicho que Hillary ha escrito que tuve dificultades para respirar durante la . ascensión, cuando estábanlo» cerca."fíe- la cima, y que "él' güito bloques de hielo del tubo de mi equipo de oxígeno. Esto me ha sorprendido, pues nunca encontré dificultades para respirar en aquella etapa. Desde luego, Hillary  realizó comprobaciones rutinarias del equipo de oxígeno, mientras estábamos subiendo. Pero no me preocupé de si era o no necesario hacerlo. En cuanto a respirar, no creo que nadie, excepto un superhombre o un super ser. pueda vivir por encima de los 8.400 metros sin la ayuda de oxígeno. La montaña nunca podrá coronarse sin el auxilio de este gas.

No hay comentarios:

Publicar un comentario