Una noche a 8.400 metros de altura
Nací en el pueblo de Tami, a
dos días de marcha del glaciar del Jumbu. Allí viven mi madre y mis
hermanas. La mayor parte de mi existencia la he pasado a grandes
alturas, pero ni aun para mí, a pesar de esa circunstancia, me ha
sido fácil acostumbrarme a las enormes altitudes del Chomo Lúnga
(Everest). Por esta razón, el coronel Hunt fue muy prudente al dar a
la expedición tanto tiempo, en las estribaciones de la montaña,
para que todos nos acostumbrásemos a respirar el aire más denso.
Creo que una de las principales causas del fracaso de la expedición
suiza del año pasado fue que no previo la necesidad de esta
aclimatación lenta. Quizá se deba a que ellos, los suizos, han sido
los primeros en intentar la ascensión por el lado sur.
Anteriormente, las expediciones venian det Tibet para subir por las
laderas septentrionales del Everest, y tenían que viajar un mes o
quizá más tiempo por pasos situados a 5.000 metros de altura, aun
más altos. De esta forma, cuando llegaban al Che Mo Lumbo (otro
nombre aplicado al Everest, que quiere decir «Donde los pájaros no
vuelan por encima»; que también se emplea entre los naturales de
aquellas regiones) estaban acostumbrados a los climas de gran altura
y podían instalarse inmediatamente en el campamento-base.
«Despacio, despacio» Desde
luego,, también ha habido otras causas. Tuvieron mal tiempo. Dios
bendijo nuestra tentativa, dándonos buen tiempo. Los suizos estaban
también entregados a la labor de hacer el mapa de la nueva ruta por
primera vez Es la que descubrió Shipton en el lado sur de la
montaña, en 1951. Pero los suizos empezaron la ascensión sin
haberse aclimatado a las grandes alturas. Por eso. el coronel Hunt
dijo: «Despacio, despacio.» Y así, al final, todos nos
encontrábamos en magníficas condiciones a grandes altitudes, Y
ahora contaré la última ascensión que realizamos, antes de que
Hillary y yo hollásemos la cima.
Aquel día — 28 de mayo de
1953 —, Hillary y yo subimos hasta el campa1 • mentó noveno,
acompañados por otros des expedicionarios, Gregory y Lowe, y el
«sherpa» Angnima. Era ya muy tarde, y como los tres estaban un poco
agotados, salieron hacia el campamento octavo sin prestarnos más
ayuda El lugar en que se había establecido el campamento noveno fue
el mismo escogido por Lambert'y por mí, en 1952. En aquella ocasión,
decidí dónde deberíamos acampar, cuando volviésemos la próxima
vez. Por ello, a sugerencia mía, el campamento noveno se estableció
allí, a unos 8.400 metros de altura.
Nada más llegar, comencé a
quitar la nieve de las rocas, con objeto de establecer el campamento.
El lugar elegido se encontraba en una ladera, y a Hillary y a mí nos
costó dos horas nivelarlo, para poder plantar una tienda. Nos
habíamos fatigado tanto, en esta labor, que tuvimos que descansar
veinte minutos antes de montar la tienda. Luego, entre los dos, la
plantamos. En su interior, Hillary comenzó a probar el equipo de
oxígeno, y yo me dediqué a hervir nieve para hacer el agua de limón
que preparé en seguida. Ambos estábamos sediento?, y nos bebimos
tres vasos cada uno. Yo tenía miedo de que el fuerte viento pudiera
llevarse la tienda, con nosotros dentro, e inmediatamente empecé a
sujetarla, atándola a las rocas. Carecíamos de tacos para fijar las
cuerdas, y entonces las até a los cilindros de oxigeno que enterré
en la nieve.
Vigilia antes del asalto
Luego, Hillary encendió la estufa y preparó café. Eran
aproxirnadamer.te las seis de la tarde. Después de un tiempo,
preparamos sopa, pescado, bizcochos y chocolate, que fue nuestra
cena. Durante este tiempo, estuvimos licuando nieve en la estufa para
hacer agua de limón. Traté de dormir, pero no lo conseguí. Estaba
incómodo y desvelado, y tenía todo el cuerpo dolorido. Algunas
veces sentía como si alguien me estuviese estrangulando, y respiraba
afanosamente. Pero nuestra reserva de oxígeno era limitada, y
teníamos que emplearla lo menos posible, aunque, como era
interesante para nuestro estado físico, utilizamos algo de oxígeno,
durante dos horas.
Entonces pudimos dormir algo, hasta las dos
de la madrugada. Pero luego ya no pudimos dormir Seguía sintiéndome
intranquilo. A las 3'30, me levanté y encendí la estufa para licuar
más nieve .Preparé jugo de limón y nos tomamos una taza. Después
empecé a hacer café, y luego herví más nieve y puse el agua en un
termo, para utilizarla en nuestra escalada. Todo esto lo hice sin
desprenderme del saco de dormir. Mi experiencia me había enseñado
que para dormir no hay que quitarse las botas. Toda la ruta, desde el
campamento quinto, había estado durmiendo con las botas puestas.
Pero Hillary se las quitó y las dejó fuera de su saco de dormir.
Después de preparar el café y el limón, me levanté y pregunté a
mi compañero si debíamos partir, para el asalto final. Hillary
respondió: «Vamos.» Pero cuando cogió sus botas las encontró
congeladas como una roca. Me preguntó qué podíamos hacer. Le
respondí: «Ah hacha (muy bien). Encenderé de nuevo la estufa y
calentaré sus botas.» Yo llevaba las que me había dado la
expedición suiza, en 1952. En realidad, todo mi equipo personal,
excepto el saco de dormir, era el que me habían dado los suizos. Las
botas de Hillary eran una masa compacta de hielo, y me costó una
hora dejarlas en condiciones de uso.
Tensing abre la marcha
Mientras trabajaba con sus
botas, Hillary me dijo: «Tengo miedo de quedarme congelado como
Lambert.» Luego cogimos nuestro equipo de oxígeno. Mi compañero
añadió: «Mis botas están frías. Vaya delante que yo le seguiré.»
Hasta que llegamos casi a la cima sur, fui yo en cabeza. Mas como
entonces estaba cansado, pedí a mi compañero que pasara al frente.
La ruta desde el campamento noveno hasta la cima es muy pendiente y
malísima. Si se daba un paso en falso se podía caer rodando hasta
el glaciar de Kangshung. 3.000 metros más abajo. Desde este punto,
decidimos turnarnos a intervalos de unos 45 metros, y encargarnos de
tallar los escalones en la nieve.
En esta forma, llegamos a la Cima
Sur, desde la que se eleva el vértice final del Everest. Los
cilindros de oxígeno que habíamos estado usando estaban ya
agotados. Los tiramos. Echamos una ojeada hacia arriba y discutimos
lo que debíamos hacer. Le pregunté a Hillary: «¿Cómo encuentras
la ruta?» Respondió: «No muy bien.» Yo dije: «No está ni
demasiado buena, ni demasiado mala. De cualquier forma tenemos que
llegar allá arriba.»
Difícil escalada cotinuamos
hacia la cumbre. Unas veces, Hillary iba en cabeza; otras, yo. El
hombre que va delante es el encargado de tallar los escalones en el
hielo, pero el que va detrás tiene a su cargo la difícil misión de
mantener la cuerda tirante. Debo decir que la parte más difícil de
toda la ascensión es un paso de unos 50 metros, situado entré el
campamento noveno y la Cima Sur. Es un paso estrecho y muy
traicionero. Dos días antes, en el campamento octavo, se nos puso en
guardia contra este trayecto. Lo hicieron Bourdillon y Evans.
Especialmente este último calificó a dicho paso de «peligroso».
Evans me habló de ello en mi tienda. Pero, y como ya he
dicho, los pueblos diferentes tienen diferentes costumbres.
Con los
suizos, yo dormía en la misma tienda de Lambert, desde que salimos
de Katmandu. Con los ingleses, yo tenía una; tienda separada; una
tienda suiza, la única que había en la expedición británica. Yo
he estado siempre solo en mi tienda, excepto en el campamento noveno.
Los ingleses solían dormir dos en cada tienda. Ahora bien, en cuanto
a la alimentación, no había diferencia alguna. Todos comíamos lo
misino, y en todas las conferencias importantes participábamos el
coronel Hunt, Hillary, Evans y yo.
Durante una de ellas, celebrada en
el campamento octavo, Boudillon y Evans dijeron: «Si tenéis suerte
y buen tiempo, puede costares cuatro o cinco horas llegar a la Cima
Sur.» Evans declaró que la ruta era tan difícil que, aun en el
caso de que tuviésemos la suerte de llegar a la citada Cima, él
rogaría a Dios para que la descendiésemos a salvo. Me han dicho que
Hillary ha escrito que tuve dificultades para respirar durante la .
ascensión, cuando estábanlo» cerca."fíe- la cima, y que "él'
güito bloques de hielo del tubo de mi equipo de oxígeno. Esto me ha
sorprendido, pues nunca encontré dificultades para respirar en
aquella etapa. Desde luego, Hillary realizó comprobaciones
rutinarias del equipo de oxígeno, mientras estábamos subiendo. Pero
no me preocupé de si era o no necesario hacerlo. En cuanto a
respirar, no creo que nadie, excepto un superhombre o un super ser.
pueda vivir por encima de los 8.400 metros sin la ayuda de oxígeno.
La montaña nunca podrá coronarse sin el auxilio de este gas.
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