lunes, 6 de marzo de 2017

LA CONQUISTA DEL EVEREST-(IV)





Cuando salimos del campamento noveno, el viernes 29 de mayo por la mañana, yo estaba decidido a llegar a la cumbre del Everest en dicha jornada. Recuerdo que pensé: «Deseo pisar la cima, aun a costa de mi vida.» No tenía miedo de morir ese día.  Partimos temprano, y en todo el camino, desde el campamento noveno hasta la cumbre, nos turnamos mi compañero y yo. Unas veces iba él delante y otras yo. El hombre que va detrás en las escaladas tiene una misión difícial, tanto al subir somo al bajar. Es el «ancla». El que va delante talla los escalones y abre el camino. Llevaba yo en mi bolsillo cuatro banderas. Cuando estábamos en el campamento cuarto, el coronel Hunt me dio tres banderas: la de Inglaterra, la de Nepal y la de las Naciones Unidas. Me encargó que las pusiese en la tierra más alta del mundo. «Estas tres banderas están al cuidado de usted me dijo. Cuando usted e Hillary alcancen la cima, las coloca en la parte más alta. Estoy seguro de que ustedes dos conseguirán llegar a la cumbre.» Entonces le dije al coronel que yo traía una bandera de la India conmigo, y que me gustaría plantarla en la cumbre con las otras tres. Tenía que pedir permiso al coronel Hunt, en su calidad de jefe de la expedición. Me contestó: «Desde luego. Me alegra mucho saber que ha traído usted una bandera india.»

Llegamos casi juntos

Después de una hora de marcha constante, cruzamos la ladera meridional y comenzamos a trepar por el lado oeste, donde teníamos que escalar una pendiente rocosa. Fue lento y difícil. Una vez que hubiéramos salvado esta muralla de rocas, no había nada que impidiera nuestra subida a la cima. Tan sólo una pronunciada pendiente cubierta de nieve, que se hacía más suave, menos pronunciada, al aproximarse a la misma cumbre. Los últimos 20 ó 25 metros de ascenso no eran muy peligrosos. Y alcanzamos así la pequeña y lisa cumbre casi juntos. Durante el trayecto final, en los últimos 15 metros, Hillary y yo nos desplazábamos con una separación de unos 6 metros. íbamos atados con una cuerda. La mayor parte del tiempo, la cuerda iba floja, pero en los terrenos peligrosos la manteníamos tirante. Esta cuerda era un símbolo. Nos ataba y mantenía juntos. Uno no podía moverse sin el otro. No éramos dos individuos, sino un equipo. Se me ha preguntado muchas veces, «¿quién fue el primero?» Cuando estábamos llegando a la cima, yo pensaba en «quién iba a ser el primero». Estoy también seguro de que a Hillary le pasaba lo mismo. La escalada acapara toda la atención. Hay muchas más cosas de que preocuparse. ¿Qué importa si yo alcancé la cima primero o si fue Hillary? Nuestro pensamiento principal era alcanzarla tos dos. Teníamos que hacerlo juntos. Uno solo no podía lograrlo. Si hubiese habido una distancia de 300 ó 400 metros entre los dos, entonces uno podría asegurarse que había sido el primero en llegar. Pero, incluso entonces, sólo el hombre que fuese detrás de aquél podría confirmar la distancia real entre ambos.

Un pacto deportivo

Cuando regresamos a Katmandu, vimos que se había producido una controversia. Hillary y yo hablamos al coronel Hunt acerca de esta cuestión. Todos estábamos de acuerdo en que esta charlatanería era infantil. De forma que hicimos un pacto, y cada uno de nosotros lo firmó en el despacho del primer ministro de Nepal. Cada uno firmó su propia declaración. Yo tengo una copia de la de Hillary:

«Katmandu, 22 de junio de 1953. »El 29 de mayo, Tensing «sherpa» y yo salimos de nuestro campamento de altura, en el monte Everest, para intentar el ascenso a la cumbre. Según trepábamos hacia la cima Sur, alternábamos en la cabeza, primero uno y después otro. Cruzamos la cima Sur y recorrimos el borde de la cumbre. Alcanzamos ésta casi juntos. »Nos abrazamos el uno al otro llenos de júbilo por nuestro éxito; después, yo hice fotografías de Tensing, que mantenía en alto orgullosamente las banderas de Inglaterra, Nepal, las Naciones Unidas y la India. (Firmado.) E. P. Hillary.»

Hay otra copia como ésta, en inglés, firmada por mí. De tal manera, nosotros no participaremos en ninguna discusión respecto a este punto. Al abrazarnos, recuerdo que le dije a Hillary: «Lo hemos hecho.» Pero no me podía oír. Teníamos puestas nuestras caretas de oxígeno.

Tensing recibe, durante su estancia en Nueva Delhl, una maqueta, en plata, de la cadena del Himalaya, con el Everest en el centro

Gratitud a Dios

Mi primer sentimiento, al coronar la cima, fue de gratitud hacia Dios, que, después que yo había fracasado seis veces, me había bendecido y me había concedido el ver cumplido' el deseo que albergaba durante tanto tiempo. Coloqué en la cumbre las ofrendas a Dios. Las había traído conmigo. Este rito está de acuerdo con mi religión. Tanto mi esposa como yo, somos budistas. No pude arrodillarme a causa de mis ropas y equipo, Pero ofrecí una plegaria en silencio. Las ofrendas eran galletas, caramelos y un pequeño lápiz azul. Mi hija menor, Nema, me lo había dado antes de abandonar el hogar. Me pidió que lo colocara en lo alto de la montaña, como ofrenda suya. Era un lápiz azul corriente, ni siquiera largo, pero uno de sus más preciosos tesoros. Al colocarlo, se lo mostré a Hillary. Me dedicó una amplia sonrisa, con la que quiso significar que me había comprendido. Después, saqué las banderas, que tenía colocadas en un trozo de cuerda, de más de un metro de longitud. Até un extremo a mi hacha de hielo, e Hillary tomó las fotografías, mientras yo mantenía las enseñas en alto. Como tenía que traerme el hacha conmigo, enterré un cabo de la cuerda en el hielo de la cumbre y el otro en la nieve de la parte de abajo. Cuando nos marchamos de allí, las banderas estaban descansando sobre la cima.

«Partes rotas de un mapa»

Estaba muy sediento. Saqué un vaso para beber agua, pero me encontré con que el depósito se había congelado en el termo. De forma que no pude apagar mi sed. Me comí unas galletas, y ofrecí alguna a Hillary. Llevaba yo un pañuelo rojo al cuello; que me había regalado el año anterior mi gran amigo Lambert (el jefe de la expedición suiza de 1962). Hacía casi justamente un año, el 28 de mayo, que me había dado el pañuelo, cuando los dos estábamos a 8.500 metros de altura, en estos mismos parajes. Yo le había llevado desde Daryliing, al empezar a subir la montaña. Cuando estaba allí en la cima, me acordé de él, de Lambert, y sentí como si estuviese conmigo. Me encontraba completamente bien en la cumbre. Mi mente estaba absolutamente limpia. No me sentía cansado, y sí alborozado. Era una sensación clarísima. Abajo, todas las colinas y montarías me parecían como dioses y diosas. Las llanuras lejanas semejaban partes rotas de un mapa. Sólo dos o tres personas pueden permanecer en pie sobre el «Tejado del Mundo», si se corta hielo para hacer una pequeña explanada. Ocho o diez metros más abajo, hay el suficiente espacio liso para que duerman dos personas. Allí, se podría montar una tienda. La cumbre del Everest es lisa por un lado y pendiente por el otro. Hay nieve sobre el lado norte, rocas al sur y este, y rocas cubiertas de nieve al oeste. Permanecimos en la cima poco más de quince minutos. Tuvimos la suerte de que no hiciese viento fuerte, que podría habernos derribado. Mi pensamiento inmediato fue el de cómo podríamos descender con seguridad.

El descenso, más difícil que la escalada

En el descenso desde la cima yo iba detras de Hillarv Le seguía mientras mantenía la cuerda tirante, y mi decisión firme era que descendiera con seguridad. Debo decir que el descenso fue más difícil que la escalada, y más peligroso. Si uno de nosotros resbalaba, habría caído en el glaciar de Kangshung,  no habria quedado ni rastro de el. Desde luego tardamos menos en descenaer, pero necesitábamos más «husier» (palabra india que significa cuidado, precaución). . . . . Cuando llegamos al campamento noveno, mi primer pensamiento fue: «Gracias a Dios, nos hemos librado de un accidente, y si hasta ahora no los ha habido, confío en que no habrá ninguno en el futuro.» Yo había rogado a Dios en todo momento, y El me salvó. En el campamento noveno, Hillary y yo no teníamos ganas de hablar. Atendimos a nuestras propias cosas, y permanecimos allí media hora. Licuamos agua de nieve para hacer jugo de limón. Al abandonarlo, cogimos solamente nuestros sacos de dormir y dejamos todo lo demás en las tiendas. Desde este campamento hasta el octavo, donde pernoctamos, la cosa fue fácil. Precisamente, al llegar sobre el campamento octavo, donde nuestros compañeros podían vernos, levanté mi brazo con la mano y el pulgar hacia arriba. Noyce y Lowe nos vieron, y sus caras se iluminaron de alegría. Al acercarnos, Lowe vino a nuestro encuentro, y escaló unos cien metros para traernos té y café. Quince metros más abajo, nos encontramos a Noyce, que nos traía también té. Pero esta bebida olía a parafina. Al parecer, había sido hecha a toda prisa. Sin embargo, pensé, que si este caballero se había tomado tanto trabajo para traerlo, yo debía saborearlo y disfrutar con aquel té, sin importarme nada cómo olía.

La Vanguardia-09-07-1953



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