miércoles, 22 de febrero de 2017

El caso Blackett

La Vanguardia 22-04-1949


Creia haber tratado con suficiente amplitud en estas columnas el tema de la energía atómica para no ser necersario por ahora insistir más en él. Pero el último libro de P. M. S. Blackett me obliga a cambiar mis propósitos. El libro, que se titula «Consecuencias militares y políticas de la energía atómica», ha tenido amplia repercusión mundial y puede decirse que sostiene tesis contrarias a las que he expuesto a mis lectores, Blackett. cree que se ha exagerado extraordinariamente la. importancia de las armas atómicas, que para él ni pueden ser decisivas en una guerra, ni representan "un grave peligro para la humanidad. En España su punto de vista ha sido acogido por algunos con entusiasmo. Me creo, pues, obligado a dedicarle la atención que merece. En primer lugar hay que imparcialmente hacer constar dos extremos: Se trata, efectivamente, de un físico de gran  prestigio, al que el año pasado le ha sido otorgado el Premio Nobel de Física, que era ya muy conocido antes por sus trabajos con Cechialini sobre el positón y por ser uno de los puntales más firmes de la escuela de Rutherford actualmente ocupa la cátedra de Física de la Universidad de Manchester. Pero tampoco debe olvidarse que sus puntos de vista respecto a la energía atómica no son compartidos casi por ninguno, más de los otros físicos de prestigio mundial, o al menos por, los que se han expresado  públicamente sobre tal extremo. La opinión unánime de éstos es, poco más o menos, la que resumí en mis artículos sobre este particular. Brevemente, Blackett representa un caso aislado, pero por tratarse de una autoridad en la materia, su opinión no puede rechazarse a la ligera. ; Creo que para encontrar la clave del caso Blackett precisa leer su libro con mucha atención. Lo primero que nos sorprende en él es que se habla muy poco de física y mucho, en cambio, de estrategia y política, es decir, de cosas en las que —-que yo sepa, por lo menos — el célebre físico no cuenta ya con una autoridad indiscutible, aunque no puede negarse que se expresa sobre ellas con gran claridad .y fuerte dialéctica. Lo'segundo es que en estos terrenos de lo estratégico y lo político dos tendencias se sobreponen a todas las demás: En lo primero minimalizar la efectividad bélica de la bomba atómica todo lo posible, y en lo segundo defender a Rusia y atacar a Norteamérica con despiadada saña. Dicho de otra manera: yo no diré, que Blackett sea comunista pues aunque se diga, no me consta, pero sí diré que su libro lo es hasta la más pura ortodoxia staliniana. Y conste que no digo esto aspirando a la cómoda ventaja de librarme así de un contradictor. Lo digo para que los que  aquí han acogidocon  candido alborozo el que mis puntos de  vista se contradigan con los del sabio inglés, sepan a qué atenerse. Por mi parte, comunista o no, si creyese que tiene razón, se la daría. Pero después de haber leído detenidamente su libro, no puedo dársela- Veamos los motivos: El punto crucial está en la importancia de la. bomba atómica. Para intentar rebajarla, Blackett parte de dos hechos qué parecen ciertos. Son la ineficacia militar de los bombardeos no estratégicos y la necesidad de coordinar las armas atómicas con las otras Blackett estima que todos los terríbles bombardeos en masa sobre la población civil que ocurrieron en esta última guerra, fueron, bajo el punto de vista dé la eficacia militar, inútiles. Tanto los atómicos como los demás. Y aduce en favor de esta tesis el que la producción de guerra alemana (tanques y aviones) en 1944, lejos de disminuir tras los prolongados bombardeos, había aumentado considerablemente, y que Hiroshima y Nagasaki eran innecesarios, pues el Japón estaba ya rendido, é incluso, de no estarlo, con bombardeos corrientes se hubiera conseguido el mismo resultado. La única eficacia, siempre según Blacltett, de los bombardeos, atómicos o no, consiste en el logro de objetivos tácticos o estratégicos. Blackett da una explicación política de Hiroshima y Nagasaki. Según él, las bombas norteamericanas no iban precisamente dirigidas contra el Japón, sino... contra Rusia, pues se trataba de evitar la convenida ofensiva de otoño de los rusos contra el Japón, al que acababan de declarar la guerra, que hubiera tenido como consecuencia la posterior intervención rusa en. asuntos nipones de postguerra. También del fracaso de la Comisión de energía atómica de la O.N.U. da la culpa Blackett a Norteamérica, pues aunque reconoce la alteza de miras del primitivo plan Baruch, en el plan Liliental que le sucedió no ve mas que una trampa norteamericana para que los yanquis conserven sin competencias la bomba atómica y para que Rusia no pueda beneficiarse del empleo pacífico de la energía nuclear para incrementar su industria, más falta de kilowatios que la norteamericana. En fin, los rusos—vistos por Blaekett — nos aparecen como mansos corderos, víctimas de la perfidia yanqui. Pero con todos estos escarceos políticos, asaz ingenuos por lo que puede verse, Blackett no logra desvirtuar el hecho  que para mí es fundamental, y que él mismo no  puede menos que reconocer: una bomba de plutonio, del tipo de las empleadas ya, equivale a unas 2.000 bombas ordinarias de una tonelada. El más lego en artes bélicas tendrá que admitir que es imposible que la efectividad de un arma aumente de modo tan prodigioso sin que cambien muchas cosas en el arte de la guerra, o mejor dicho, sin que cambie la guerra misma. ¿Qué fin persigue, pues, la consigna rusa de minímalizar el valor de la bomba atómica? --podrá preguntarse—. ¿De qué les sirve a los rusos cerrar los ojos a la realidad? Me parece que no hay que ser muy lince para verlo. Creo que el fin es doble: en política exterior, el monopolio práctico de la bomba atómica es un arma incluso diplomática que Norteamérica—cada día menos tácitamente — cotiza. Es natural, pues, el interés ruso en desvalorizarla. Pero estoy convencido de que -el principal motivo es de política interior. Hay que pensar en las vastas masas obreras y campesinas, rusas, a las que no se ha podido ocultar la existencia, del arma nueva. Para el pueblo inculto, ésta adquiere, con su aureola científica, un valor casi mítico, y en una eventual guerra serla terrible para la moral de estas masas el que la bomba atómica, en manos del enemigo, conservase intacto su prestigio. Por esto creo que la tesis rusa de desprestigiar la bomba atómica no es.en realidad sincera, sino que corresponde a una necesidad de política interior. Blackett parte de algunas bases ciertas, como la necesidad estratégica- de coordinar el arma atómica con las demás y la inutilidad de Hiroshima y Nagasaki, que por lo demás ya previeron los físicos atómicos en el poco conocido informe Franck, hecho un mes antes de Hiroshima, y en el que se desaconsejaba el ataque atómico. Pero.las consecuencias que quiere derivar Blackett de estos hechos, llegando a querer que desvirtúen otros que son innegables, sólo se explican teniendo en cuenta sus citados prejuicios políticos. Es tanto más de notar esta obsesión de Blackett en desacreditar la bomba atómica, cuando por otro lado admite la posibilidad de la bomba superatómica — de la que quizá hable otro día , y respecto a. la cual yo soy, én cambio, por ahora bastante escéptico, a pesar. de los pretendidos éxitos de Shisjkof. Sinceramente, pues, después de leer el libro de Blackett, no creo que tenga que rectificar en nada mis puntos de vista fundamentales sobro la trascendencia de la energía atómica. MIQUEL MASRIERA.

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