La Vanguardia 22-04-1949
Creia
haber tratado con suficiente amplitud en estas columnas el tema de la
energía atómica para no ser necersario por ahora insistir más en
él. Pero el último libro de P. M. S. Blackett me obliga a cambiar
mis propósitos. El libro, que se titula «Consecuencias militares y
políticas de la energía atómica», ha tenido amplia repercusión
mundial y puede decirse que sostiene tesis contrarias a las que he
expuesto a mis lectores, Blackett. cree que se ha exagerado
extraordinariamente la. importancia de las armas atómicas, que para
él ni pueden ser decisivas en una guerra, ni representan "un
grave peligro para la humanidad. En España su punto de vista ha sido
acogido por algunos con entusiasmo. Me creo, pues, obligado a
dedicarle la atención que merece. En primer lugar hay que
imparcialmente hacer constar dos extremos: Se trata, efectivamente,
de un físico de gran prestigio, al que el año pasado le ha sido
otorgado el Premio Nobel de Física, que era ya muy conocido antes
por sus trabajos con Cechialini sobre el positón y por ser uno de
los puntales más firmes de la escuela de Rutherford actualmente
ocupa la cátedra de Física de la Universidad de Manchester. Pero
tampoco debe olvidarse que sus puntos de vista respecto a la energía
atómica no son compartidos casi por ninguno, más de los otros
físicos de prestigio mundial, o al menos por, los que se han
expresado públicamente sobre tal extremo. La opinión unánime de
éstos es, poco más o menos, la que resumí en mis artículos sobre
este particular. Brevemente, Blackett representa un caso aislado,
pero por tratarse de una autoridad en la materia, su opinión no
puede rechazarse a la ligera. ; Creo que para encontrar la clave del
caso Blackett precisa leer su libro con mucha atención. Lo primero
que nos sorprende en él es que se habla muy poco de física
y mucho, en cambio, de estrategia y política, es decir, de cosas en
las que —-que yo sepa, por lo menos — el célebre físico no
cuenta ya con una autoridad indiscutible, aunque no puede negarse
que se expresa sobre ellas con gran claridad .y fuerte dialéctica.
Lo'segundo es que en estos terrenos de lo estratégico y lo político
dos tendencias se sobreponen a todas las demás: En lo primero
minimalizar la efectividad bélica de la bomba atómica todo lo
posible, y en lo segundo defender a Rusia y atacar a Norteamérica
con despiadada saña. Dicho de otra manera: yo no diré, que Blackett
sea comunista pues aunque se diga, no me consta, pero sí diré
que su libro lo es hasta la más pura ortodoxia staliniana. Y conste
que no digo esto aspirando a la cómoda ventaja de librarme así de
un contradictor. Lo digo para que los que aquí han acogidocon candido alborozo el que mis puntos de vista se contradigan con los
del sabio inglés, sepan a qué atenerse. Por mi parte, comunista o
no, si creyese que tiene razón, se la daría. Pero después de haber
leído detenidamente su libro, no puedo dársela- Veamos los
motivos: El punto crucial está en la importancia de la. bomba
atómica. Para intentar rebajarla, Blackett parte de dos hechos qué
parecen ciertos. Son la ineficacia militar de los bombardeos no
estratégicos y la necesidad de coordinar las armas atómicas con las
otras Blackett estima que todos los terríbles bombardeos en masa
sobre la población civil que ocurrieron en esta última guerra,
fueron, bajo el punto de vista dé la eficacia militar, inútiles.
Tanto los atómicos como los demás. Y aduce en favor de esta tesis
el que la producción de guerra alemana (tanques y aviones) en 1944,
lejos de disminuir tras los prolongados bombardeos, había aumentado
considerablemente, y que Hiroshima y Nagasaki eran innecesarios, pues
el Japón estaba ya rendido, é incluso, de no estarlo, con
bombardeos corrientes se hubiera conseguido el mismo resultado. La
única eficacia, siempre según Blacltett, de los bombardeos,
atómicos o no, consiste en el logro de objetivos tácticos o
estratégicos. Blackett da una explicación política de Hiroshima y
Nagasaki. Según él, las bombas norteamericanas no iban precisamente
dirigidas contra el Japón, sino... contra Rusia, pues se trataba de
evitar la convenida ofensiva de otoño de los rusos contra el Japón,
al que acababan de declarar la guerra, que hubiera tenido como
consecuencia la posterior intervención rusa en. asuntos nipones de
postguerra. También del fracaso de la Comisión de energía atómica
de la O.N.U. da la culpa Blackett a Norteamérica, pues aunque
reconoce la alteza de miras del primitivo plan Baruch, en el plan
Liliental que le sucedió no ve mas que una trampa norteamericana
para que los yanquis conserven sin competencias la bomba atómica y
para que Rusia no pueda beneficiarse del empleo pacífico de la
energía nuclear para incrementar su industria, más falta de
kilowatios que la norteamericana. En fin, los rusos—vistos por
Blaekett — nos aparecen como mansos corderos, víctimas de la
perfidia yanqui. Pero con todos estos escarceos políticos, asaz
ingenuos por lo que puede verse, Blackett no logra desvirtuar el
hecho que para mí es fundamental, y que él mismo no puede
menos que reconocer: una bomba de plutonio, del tipo de las empleadas
ya, equivale a unas 2.000 bombas ordinarias de una tonelada. El más
lego en artes bélicas tendrá que admitir que es imposible que la
efectividad de un arma aumente de modo tan prodigioso sin que cambien
muchas cosas en el arte de la guerra, o mejor dicho, sin que cambie
la guerra misma. ¿Qué fin persigue, pues, la consigna rusa de
minímalizar el valor de la bomba atómica? --podrá preguntarse—.
¿De qué les sirve a los rusos cerrar los ojos a la realidad? Me
parece que no hay que ser muy lince para verlo. Creo que el fin es
doble: en política exterior, el monopolio práctico de la bomba
atómica es un arma incluso diplomática que Norteamérica—cada día
menos tácitamente — cotiza. Es natural, pues, el interés ruso en
desvalorizarla. Pero estoy convencido de que -el principal motivo es
de política interior. Hay que pensar en las vastas masas obreras
y campesinas, rusas, a las que no se ha podido ocultar la existencia,
del arma nueva. Para el pueblo inculto, ésta adquiere, con su
aureola científica, un valor casi mítico, y en una eventual guerra
serla terrible para la moral de estas masas el que la bomba atómica,
en manos del enemigo, conservase intacto su prestigio. Por esto creo
que la tesis rusa de desprestigiar la bomba atómica no es.en
realidad sincera, sino que corresponde a una necesidad de política
interior. Blackett parte de algunas bases ciertas, como la necesidad
estratégica- de coordinar el arma atómica con las demás y la
inutilidad de Hiroshima y Nagasaki, que por lo demás ya previeron
los físicos atómicos en el poco conocido informe Franck, hecho un
mes antes de Hiroshima, y en el que se desaconsejaba el ataque
atómico. Pero.las consecuencias que quiere derivar Blackett de estos
hechos, llegando a querer que desvirtúen otros que son innegables,
sólo se explican teniendo en cuenta sus citados prejuicios
políticos. Es tanto más de notar esta obsesión de Blackett en
desacreditar la bomba atómica, cuando por otro lado admite la
posibilidad de la bomba superatómica — de la que quizá hable
otro día , y respecto a. la cual yo soy, én cambio, por ahora
bastante escéptico, a pesar. de los pretendidos éxitos de Shisjkof.
Sinceramente, pues, después de leer el libro de Blackett, no creo
que tenga que rectificar en nada mis puntos de vista fundamentales
sobro la trascendencia de la energía atómica. MIQUEL MASRIERA.
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